La vida moderna ha modificado
ostensiblemente nuestra alimentación. Comenzando por lo que se produce y
terminando por cómo lo cocinamos y consumimos.
Los niveles de grasa, azúcar
refinada y carbohidratos “inútiles” son astronómicamente altos en la
alimentación actual, obteniendo de este tipo de comidas cero nutrientes. Al
contrario, se han profundizado males como la diabetes tipo II, directamente
ocasionada por una alimentación precaria, rica en azúcares y grasas.
La vida moderna exige menos
actividad física: estamos condenados a pasar más tiempo sentados frente a un
ordenador, o parados atendiendo a clientes. No le damos la debida importancia
al ejercicio o a una alimentación balanceada.
El ser humano se piensa inmortal,
pero la verdad es que es vulnerable y reacciona a lo que come. Si comemos mal,
estamos mal. Si comemos bien, la lógica dice que estaremos bien.
Ahora, ¿qué hacer para llevar una
alimentación saludable? Lo primero, comer en casa. Cierto que eso conlleva más
trabajo, pero también ayuda a nuestra salud y a nuestra economía.
Comer sano significa agrandar las
raciones de vegetales (orgánicos, en lo posible, y de estación); no cocinar con
aceites o margarinas, cambiar los carbohidratos producidos por cereales (trigo,
maíz, centeno, etc.) por carbohidratos de verduras (patata, yuca, calabaza,
ocumo, ñame, batata y un largo etc.), comer frutas enteras (otra vez,
orgánicas), e incluir frutos secos o semillas, por su alto grado de fibra,
vitaminas y carbohidratos.
Bebe agua, pero no con las
comidas. Hay naturistas que recomiendan no beber nada 20 minutos antes y 20
minutos después de comer, pues con el líquido se disuelven los jugos gástricos
y no hacen su labor correctamente. Reduce o elimina los alimentos procesados
industrialmente; utiliza aceite de oliva virgen extra e incluye algas marinas
en tu dieta.
Incluye también actividad física
diaria. Sentirás los resultados.
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